Hace unos pocos días ha aparecido en los medios de comunicación la noticia que una espeleóloga madrileña, Beatriz Flamini, ha permanecido 500 días aislada en una cueva en el T.M de Motril (Málaga). Aunque también hay que decirlo que ella misma ha desvelado que estuvo 8 días en el exterior por algún motivo técnico.
Los estudios sobre el aislamiento del ser humano en cavidades tienen ya muchos años.
Nathaniel Kleitman fue un paso más allá. Junto a su ayudante y alumno Bruce Richardson, el investigador salía el 6 de julio de 1938 de pasar 32 días en una cueva en Kentucky.
En 1962, Michel Siffre permaneció cueva helada de Scarrasson, en los Alpes, durante 61 días. En 1972 volvió a una cavidad en Texas (USA) y permaneció 6 meses.
Milutin Veljkovich, permaneció 463 días en la cueva de Samar (antigua Yugoslavia).
Entre las consecuencias más interesantes de los experimentos, el ritmo circadiano (el reloj interno que marca el ciclo de sueño/vigilia) cambia al no estar en contacto con el exterior y la luz solar.
Se pierde la noción del tiempo y los períodos de vigilia y sueño ocupan más de lo habitual, entre 26 y 28 horas, pudiendo alcanzar incluso las 48 horas, es decir, 36 horas despierto y 14 dormido, con fases REM también mucho más largas de lo habitual.
En esas condiciones tan extremas, los ritmos de sueño y temperatura corporal se disgregan en una ‘desincronización espontánea interna, con la implicación de que dos ritmos circadianos (sueño y temperatura corporal) pueden funcionar en dos periodos diferentes dentro del mismo organismo.